14 de enero de 2013

"¡¡¡Es un Nintendo!!!" ... pero señor ... "¡¡Es un Nintendo!!" - Parte 1


Vista actual de lo que queda de la Villa Rosa, por Arlegui.
Corrían los albores de los noventa y la fiebre por los videojuegos era todo un suceso en nuestra querida calle Julio Verne. 

Si bien no todos tenían una consola o un computador, éstos eran todo un hito social dentro de nuestro grupo de amigos, algo que dista mucho de la realidad actual de los pequeños y solitarios computines de hoy.

Junto al Tata y a Juanqui, solíamos juntarnos en mi casa a jugar Sega Master System o la más reciente novedad, el computador Atari con diskettera, todo un avance para la época.
  • "¿Qué jugamos hoy día?", me pregunta el Tata.
  • "¡Ponte el juego del Gorilón (Donkey Kong)!", nos dijo el Juanqui, de seguro porque era el único juego donde no perdía al tiro.
  • "Ja ja ja ... mejor miren este que me dijeron es bueno", les contesté mientras insertaba el diskette.
De pronto, la pantalla se llenó de muchos colores (típico de la psicodelia de Atari mientras cargaban sus juegos), y una música fulminó nuestros oídos. La pantalla decía "Unicum" y varios mensajes recorrían la pantalla de lado a lado.

Uno de los mensajes que nos llamó la atención fue "Gracias por el desbloqueo. Video Compu Club, local h-8, Villa Rosa, Arlegui, Viña del Mar". La curiosidad y las ganas de tener más juegos para animar nuestras tardes hizo que dar con el misterioso local fuese una obligación.
  • "Bueno el juego, es como el Arkanoid", dijo el Tata al cierre.
  • "Trataré de ir el fin de semana a Viña para ver si está ese local todavía", repliqué.
  • "Bacán, así cachamos más juegos", dijo el Juanqui después de haber perdido inmediatamente en el "Unicum".
Apagamos todo y nos despedimos. La misión ya estaba asignada.

El Día de la Revelación

Era un frío sábado de invierno y acompañé a mi viejo a pagar una cuenta de Falabella en Viña (en ese tiempo aún no se instalaban en Valparaíso). Era la oportunidad precisa para investigar y dar con "Video Compu Club".

Anotada la dirección en un papel (en ese tiempo no había Google Maps), me había mentalizado para el éxito. ¿Y si el juego era muy viejo y el local ya no estaba? ¿habría juegos buenos? ¿sería caro?

Muchos de los locales de videojuegos de ese entonces, contaban con un stock limitado de juegos, y muchas veces no tenían muchas cosas nuevas que mostrar.

Coincidentemente, mi viejo frecuentaba un local de acuarios en la Galería Saleh de calle Valparaíso, la cual tenía conexión interna con la casi desaparecida Villa Rosa, centro comercial de gloriosas líneas victorianas, hoy cercenado a la mitad.

Luego de convencer a Posa (mi viejo) de ir a "ver" si había algo de Atari por las galerías cercanas, dimos con la entrada al susodicho centro comercial. Revisado el primer piso, la decepción comenzaba a aparecer: sólo tiendas de artesanía y cafeterías. De pronto, una escalera semioculta me invitó a subir sus peldaños.

Mientras mi viejo cazaba moscas en una vitrina, apresuradamente corrí por las escalas y oí el sonido que confirmaba mis sospechas: el inconfundible bip de carga de los cassettes Atari. Había dado con mi presa.

De pronto, asomó ante mi la figura de un perro amarillo sosteniendo una cinta frente a un computador, montado en cholguán junto a la leyenda "Video Compu Club". Mis sospechas habían sido confirmadas.

Me acerqué entusiasmado a la vitrina del local, y lo primero que vi fue un Commodore 64 en su caja. Nunca antes había visto uno, ni siquiera en las multitiendas. De inmediato supuse que encontraría cosas buenas al interior.

De pronto, un niño que miraba un "Family Game" (imitación barata de Nintendo) en la otra parte de la vitrina entró raudo a la tienda. Desde afuera escuché atentamente la conversación.
  • "Señor, esa consola que tiene en la vitrina, ¿es un Family Game, cierto?", preguntó en tono de aseveración.
  • "Es un Nintendo", dijo una voz ronca, similar a la de Julio Yung.
  • "Pero señor, dice Family Game en la cubierta", insistió el pequeño.
  • "¡¡Es un Nintendo!!", replicó acallante la voz, con un tono brutalmente amenazador.
Sin atreverse a insistir por tercera vez, el niño salió despavorido de la tienda. El hombre tras el mesón, con una risa socarrona en el rostro dirigió su mirada hacia mi. Era mi turno.

... continuará ...